David Bowie
Blackstar
Columbia Records 2016
Es sorprendente como en la vida se intrincan en la vorágine del vértigo diario los momentos de celebración y de conmoción. Todos nos despertabamos admirados del una vez más fértil ingenio del gran camaleón del mundo del rock, David Bowie, que nos regalaba un inmenso disco el día de su sexagésimonoveno cumpleaños, y pocas horas después nos levantábamos petrificados con la noticia de su fallecimiento. Una batalla contra el cáncer de hígado que el Duque Blanco encaró con la misma valentía con que exploró diversos horizontes a lo largo de su carrera (tanto en la música como en el cine), hasta el último aliento. Y es que, como diría Mario Benedetti, después de todo la muerte solo es síntoma de que hubo una vida (y muy prolífica).
Si Blackstar constituye un epílogo, es ante todo uno glorioso y conmovedor. The Next Day (2013) ya era un notable disco que mostraba a todos el camino de envejecer con sabiduría y sobriedad, pero la «estrella negra» es el último salto al vacío del artista de la metamorfosis, el mismo que ejecutó tras abundar en el glam-rock con Station To Station (1976) o su celebre trilogía berlinesa. Producido por Tony Visconti, mano derecha del duque desde hace años, y con notables colaboraciones como la Maria Schneider Orchestra, la etiqueta de álbum jazz de Bowie se le queda pequeña.
Por ejemplo Blackstar, la canción, no puede ser más ambiciosa. Cantada de manera susurrada y perturbadora, con una instrumentación tan dislocada y a la vez perfectamente encajada, evocando a tradiciones musicales tan distintas como New Orleans, Berlin o incluso El Cairo con esos vientos orientales del final. La primera parte de la canción es una nana llena de sutiles programaciones electrónicas y presidida por una decidida batería kraut, y representa el Bowie más oscuro («on the day of execution» sublima lo amenazador). Más tarde parece salir el sol con unos teclados asociados a su etapa Scary Monters, encontrando también momentos de sorprendentes vocoders mientras se reafirma coralmente, casi burlando irónicamente a su enfermedad («i’m not a gangstar, i’m not a filmstar, i´m not a Marvel star, i’m a blackstar»). Y guiando todos los elementos, el saxo de Donny MsCaslin, conduce extraordinariamente una canción marciana y a la vez increíble, la mejor despedida posible.
A esta le acompañan un puñado de canciones que sin llegar a clásicos del nivel de Heroes o Life On Mars? no desmerecen en nada su trayectoria, y aunque a veces ande demasiado en empeñado en emular a Scott Walker a ver quien es el tipo que a la edad de casi setenta años se reinventa de esta manera. Del recopilatorio Nothing Has Changed (2014) recupera Tis A Pity She Was A Shore, inspirada en una tragedia escrita por el dramaturgo británico John Ford en el siglo XVII; y la tremenda Sue (Or In A Season Of Crime) que entrelaza entre sus lamentos lo sensual y lo bélico («Sue, i pushed you down beneath the weeds, endless faith in hopeless deeds»), revistada para la ocasión con una vestimenta más rockera que en su versión 1.0. Ambas comparten una genial batería de inspiración motorik, que cuenta en los creditos con la aportación a la misma de James Murphy de LCD Soundsystem. Girls Love Me muestra incluso una curiosa inclinación hacia el hip-hop y por su mutante percusión podría pertenecer a los últimos Radiohead.
Me dejo para el final los temas que, aún resonando algo más convencionales, desbordan elegancia y saber hacer por doquier. La sabiduría de Dollar Days, con un piano casi de ámbito crooner y sus referencias a su aislacionismo en Nueva York, da paso al amargo y conmovedor baile final de I Can’t Give Everything. Por encima de todas, el mejor testamento posible, Lazarus; el medio tiempo que se llevó a Starman entre el crujir de armarios y punteados Joy Division, la mejor simbiosis entre su aventura jazz y el rock que practicó en los sesenta, la descripción más certera de su batalla. «Look up here, I’m in heaven» canta, y nosotros le creímos sin pestañear.
Juan Pablo Reig