Y llegó ese día tan esperado: el viernes 1 de febrero, porque sí, desde que que en octubre de 2018 se anunciaron las fechas de la gira española de Preoccupations, llevaba grabada a fuego su cita con la sala Loco Club en Valencia, todo un lujo sobre los escenarios de nuestra ciudad, y más con los bilbaínos Vulk como banda invitada. Se auguraba una noche oscura, pero sobretodo de mucho ruido. Entorno a las 22:30 horas y con un aforo todavía a medio gas, Alberto Eguíluz, Andoni de la Cruz, Julen Alberdi y Jean Keatz, o lo que es lo mismo, Vulk, irrumpieron en escena, desvelando ya desde el primer minuto unas credenciales punk con su mera presencia y actitud, y a las que el público acabó sucumbiendo llenando la sala a medida que avanzaba la noche.
“Zaldia Burning”, un tema de su álbum de debut “Beat Kamerlanden” fue la encargada de inaugurar el repertorio, apuntando ya ese post-punk deudor de los 80’ con el que se ha etiquetado el sonido de este cuarteto vasco. Pero que ese afán por catalogar y buscar referencias pretéritas no desmerezca esta propuesta, si no todo lo contrario, porque ya con dos álbums, Vulk han generado un buen puñado de temas que brillan con luz propia y que en directo deslumbran con una puesta en escena demoledora. Y es que sobre el escenario, estos cuatros músicos parecen entrar en un estado de trance absoluto, destilando una cierta violencia en forma de rebeldía contestataria: su frontman, Andoni, igual se retuerce para coger del cuello a su compañero de batalla, Alberto, a modo de performance escénica, que se enzarza a golpes con el telón; sus puños golpean al viento no sólo apostillando el contundente ritmo de la banda, sino que cada puñetazo parece dirigir un golpe en seco hacia la corrosiva ruindad que carcome este mundo.
De su último álbum “Ground for Dogs” interpretaron temas como “Behiaren Begirada”, en euskera y con una aparente calma que acabó dando paso a unas agitadas distorsiones; “Second Heat” donde el bajo adquiere un protagonismo con una fuerza casi hipnótica, hasta el punto de acabar Alberto Eguíluz rasgando las cuerdas del bajo con los platillos de la batería, o el “A Poison Tree”, un tema con letra de un poema de William Blake. Ya hacia el final del concierto quiso el micrófono rebelarse dejando éste de funcionar inexplicablemente, afortudamente la reconciliación no se hizo esperar y pudo así ya arrancar el tema final, “Muscle”, con los potentes guitarrazos de Julen, la posesión casi infernal de Alberto con su línea de bajo, y los berridos de Andoni, que acabó junto a su compañero Jean Keatz casi en un pugna por aporrear la batería. Un directo tan brutal como maravilloso el de esta banda, hasta Matt Flegel dijo que Vulk habían estado impresionantes.
Pasadas las 23:00 horas empezaron Preoccupations a instalar y afinar sus armas sonoras sobre el escenario, al tiempo que atendían a algunos fans entusiasmados. La sala llena, y una expectación latente por escuchar lo que se vaticinaba un estruendo en mayúsculas a cargo de este cuarteto canadiense, de hecho, el guitarrista, Daniel Christiansen, ya dejaba entrever las preferencias noise de la banda luciendo una camiseta de A Place to Bury Strangers. Oscuros, atmosféricos, deconstruyendo cualquier atisbo melódico… así empezaron Preoccupations con el tema “Newspaper Spoons”, mediante una sonoridad que le alzaba casi como una ligera introducción a la avalancha de ruido y distorsión que estaba por venir con el siguiente tema,“Continental Shelf”, dejando ya a las primeras filas boquiabiertas con el tumulto sonoro que Danny es capaz de arrojar con su guitarra. Ambos temas iniciales incluídos en su segundo y aclamado álbum, “Viet Cong”, y es que fue precisamente este disco el que más temas nos brindó en el setlist de la velada, junto con su último álbum “New Material”, más melódico y accesible, que se inauguró en escena con “Espionage”, tema en el que tanto Scott Munro como Daniel Christiansen se alzaron a los mandos de los sintetizadores, mientras Matt Flegel espetaba con esa voz medio desgarrada, tan peculiarmente suya, el estribillo.
“Viet Cong” y “New Material” seguían jugando a una carrera de relevos en el setlist: “Silhouettes” y sus punzantes guitarras, “Antidote” y el incesante ritmo marcado por la batería sobre el que flotaban unos sintetizadores ensombreciendo cada vez más el sonido, “Decompose” y ese desfile de sonoridades siguiendo la cadencia de una guitarra tan paradójicamente brillante como oscura. El turno para su tercer álbum homónimo llegó con “Zodiac”, un tema cuyo denso crescendo envuelto en una trama de turbulentos decibelios parecía no dejar hueco para respirar. Más nítido y amable se mostró el tema “Disarray”, como la calma que precede a la tormenta de ruido que se avecinaba con “Bunker Buster”: estrepitosas disonancias, escalas de notas en descenso a las puertas del averno, hirientes rasguños eléctricos entrecruzados, en definitiva, uno de esos temas en los que uno se queda atrapado en directo. “Memory” o lo que para mí es una canción en forma de trilogía sonora empezó con una melodía casi hipnótica, hasta que la batería comenzó a entonar un ritmo casi tribal para dar paso a unas resplandecientes armonías a cargo de uno de los sintetizadores y las asperezas vocales de Matt Flegel.
Y así su atmosférica algarabía final se enlazó con la experimentación sonora de “March Of Progress”, que empieza tenuemente intensa hasta que Mike Wallace aprieta el acelerador del bombo sin tregua anunciando una vertiginosa eclosión de ruidos varios y alaridos, y es que asombra ver la energía con la que este batería azota sus platillos, tanto que hasta Matt tuvo que pedir apoyo emocional para su compañero de percusión, a lo que no dudó uno de los miembros de Vulk en subir para darle un beso. Pero lo mejor todavía estaba por llegar, porque sí, Preoccupations cerraron el concierto inmensos con un recorrido de más de 10 minutos por los angostos pasillos del laberinto sonoro de “Death”, momento en el que el público se sumergió en una catarsis colectiva en forma de pogos auspiciados por la distorsión. Y mientras unos, extasiados, nadaban sobre las cabezas del público, otros observaban atónitos la barbarie sonora que acontecía en el escenario, porque aquello fue una barbaridad difícil de olvidar, de esos momentos en los que el mundo entero se para y parece que sólo exista la electricidad. Yo sólo puedo rendirme a los pies de esta banda y decir: ¡Larga vida al ruido y la distorsión!
Texto y fotos: Patricia Alambiaga