La historia de la música está repleta de secundarios que han merecido que los focos mediáticos les alumbrasen con más fuerza. Ese es el caso de Alberto Tarín (Valencia, 1961), toda una institución de la música popular no solo valenciana, sino también estatal e internacional. Ya se sabe que (casi) nadie es profeta en su tierra. Y Tarín lleva ya más de tres décadas trazando puentes con sonidos y músicos del otro lado del océano: por algo estuvo embarcado en la New York Ska Jazz Ensemble, entre 2004 y 2018, girando por medio mundo, tras haber formado parte antes de Seguridad Social, con quienes trabajó en la época más exitosa e internacional del grupo, aquella primera mitad de los años 90 en la que canciones como “Quiero tener tu presencia” o “Me siento bien” (en ambas figura su firma) sonaban en las emisoras de radio de multitud de países.
En realidad, la proyección de su música se explica por sus gustos e influencias. Tarín confiesa que su vida cambió cuando, siendo un crío de seis años, vio por televisión a Louis Armstrong. Ahí cayó perdidamente enamorado de la música negra. Y eso se ha notado especialmente en sus discos en solitario, como aquellos ya lejanos Coraje (1997) y Jazzin’ Reggae (2002). Con todo, ninguno de ellos era tan ambicioso, versátil y sincrético en su forma de absorber lo mejor de los géneros de raíz negra que este nuevo Lovers Room (2021), un trabajo que destila, mediante una factura absolutamente impecable, el amor incondicional por la mejor música negra de siempre. Treinta años de destilación de sus mejores esencias, girando por todo el mundo y compartiendo escenario con músicos tan célebres como Carlos Santana, Rita Marley o The Skatalites, dan para mucho.
Se trata de un disco honesto, transparente, sensible y apto para cualquier paladar que retenga un mínimo de buen gusto, en el que han colaborado Fred Reiter, Frankie McCoy, Payoh Soul Rebel y Diana de Ramón, y que cuenta con la producción de Joe Dworniak (Kiko Veneno, Jarabe de Palo, Radio Futura) en tres de sus once cortes y algunas mezclas a cargo de Steve Sykes (Rod Stewart, Smokey Robinson) en Los Ángeles: son once originales y una versión del “Magnolia” de JJ Cale, adaptada al castellano. La distancia, en estos tiempos de pandemia, no ha sido un problema para redondearlo.
En él, hay de todo. Y todo está excepcionalmente resuelto: el blues rock satinado y nocturno de “Still Haven’t Found My Woman” o “Are You Satisfied”, la cadencia reggae de “Little Girl” (con el valenciano Payoh Soul Rebel) o “Sweet Words of Love”, la desbordante espiritualidad, entre el gospel y el rhythm and blues, de la contagiosa “You Are The One”, el exultante medio tiempo “It Must Be You”, con el saxo de Fred Reiter (New York Ska Jazz Ensemble), que parece provenir de la escuela de Randy Newman o Elton John; e incluso la americana de “Scrawler Girl”, el pop diáfano de “The More I See You” o la balada acústica “Goodbye To Love (I Don’t Wanna Say)”, con la voz de Diana Ramón. Por no hablar de ese himno de disco soul empoderador que es “No One Can Make You Feel Inferior”, con la voz de la norteamericana Frankie McCoy, otra canción con olor a clásico instantáneo.
Porque si algo tiene este disco es eso, canciones que suenan a clásicos desde la primera escucha. Que no rehúyen el canon pero tampoco se limitan a reproducir los tics de los géneros que surcan, porque no hay técnica que pueda ocultar la falta de alma. Y eso es lo que irradia este trabajo, gestado también con la ayuda de colaboradores como Arturo Serra, Tono Errando, Sylvia Peña, Javier Escriche o Jesús Blas «Chapi». Alma, arrojo, pasión y entrega a la música más sanguínea que uno pueda imaginar. Devoción por una música a la que Alberto Tarín se ha entregado en cuerpo y alma, y a la que en este disco ha querido rendir el mejor tributo posible, aprovechando también para superar una etapa personal complicada con ánimos totalmente renovados. El poder curativo de la música, en definitiva, condensado en once estupendas composiciones.