Ejercicio de contención tras una larga espera. 636 días. O lo que es lo mismo 1 año, 8 meses y 26 días. Es el tiempo que Abraham, Eduardo, Luis y César (o lo que es lo mismo, la banda León Benavente) han estado sin pisar los escenarios de la ciudad de València. Sabemos que no fue por gusto. Cayó el meteorito y todos tuvimos que ponernos a resguardo, y eso se comprende. Desde el principio es mejor poner las cartas sobre la mesa y confesar que el que os escribe profesa una perturbadora fascinación por el grupo. No en vano fue uno de mis últimos conciertos pre-pandémicos y precuarenténicos… (y todo eso sin saberlo, claro está… nadie lo pudo intuir).
Su anterior ocasión tuvo lugar en la sala Moon (la que para mi generación y las que me precedieron fuera la mítica «Roxy»), donde tocaron durante dos noches seguidas al agotar entradas, el 7 y 8 de noviembre de 2019. Aunque no quieras creer en la numerología, las matemáticas pueden ser muy caprichosas… 8, 7… y 6 (de agosto) fue el día elegido para el reencuentro, cerrando así un ciclo pendiente en esta singular cuenta regresiva. Las casualidades no existen y la cuestión es que València tenías ganas de León Benavente y León Benavente tenía ganas de València. Muchas ganas de desquite en el ambiente.
La noche anterior venían de actuar en tierras malagueñas y éste sería el noveno concierto de su gira veraniega. Desde el inicio, la intención de estos «Cuatro monos» es que nos volviéramos locos, y es por ello que se pusieran a rugir como benaventes (y venerables) leones. Tras la mencionada llegó la erótica e instintiva «Amo» y la laberíntica «Como la piedra que flota». Regresaron a su álbum de inicio con la aparentemente desnuda melancolía vital de «Estado provisional», para proseguir con la ternura sexy, electrónica y ochentera de «Mano de santo».
Llegamos a la otra orilla, es el turno de «La ribera» interpretada con la majestuosidad que sólo estos curtidos músicos con tanto kilometraje a sus espaldas por carreteras como las que les dió su nombre saben hacer. De su segundo disco también interpretan «Celebración (Siempre hacia adelante)», un tema que no deja de golpearte machaconamente en la cara por los dos flancos, música y letra, de manera acelerada hasta que termina.
Llegados casi al ecuador de la actuación, su cantante Abraham Boba se dirigió a las personas asistentes para transmitir su agradecimiento por el calor de la acogida, no sin bromear al respecto de la anterior no-actuación robada del verano pasado. Con el calor tropical de la noche valenciana llega la más que canción, himno generacional «Ánimo, valiente», que pretende (y consigue) infundir aliento a esa quinta que roza o traspasa la cuarentena (la de edad…) que se encuentra completamente desnortada o por lo menos muy confusa ante un mundo que no es para nada como les prometieron los que mandaban en su infancia, adolescencia, juventud y primera madurez. Un mundo por el que cuesta pisar en firme bajo tus pies y que oscila entre lo analógico y lo digital, entre lo físico y lo virtual, donde cada vez queda más desdibujada la palabra realidad. El público reaccionó con la emoción que correspondía y así se lo hizo saber a los artistas.
De nuevo nuestro bíblico y profético Abraham habla con los allí presentes para desvelar su próxima interpretación: «Niño Futuro». Se trata de una versión tributo de la obra del donostiarra Rafael Berrio, que nos dejó en marzo del año pasado. Para él va nuestro recuerdo y su gloria. Valdrá la pena indagar más sobre el personaje y su arte. También tranquiliza a sus fans al explicar que siguen trabajando en nuevos temas que esperamos que pronto vean la luz. La música comenzó a sonar y el Sr. Boba, transmutado en alguna suerte de médium hechicero, como una hipnótica invocación letánica inició el recitado de su letra, libreta en mano. Una turbadora lista de invitados de la que pese a todo querrías formar parte, si es que es a vivir y no simplemente a pasar por este mundo aspiras. Es un tema que te atrapa a cada nueva escucha.
Pero hacía falta sacudirse de ese trance, y eso vino con «Ayer salí», la poética evocación de lo que sucede antes de una brutal resaca. Continuó la traca (y de eso en estas tierras sabemos un poco…) con la caústica y mordiente carta aspiracional de «Tipo D», con Boba atizando los teclados y que ya sin duda es un hit. El cantante se tomó la licencia de cambiar la letra en un claro guiño a la desaparecida Pilar Bardém. A estas alturas la contención llegaba a puntos dolorosos, y bailar desde las sillas te llenaba de impotencia mientras sonaba «Aún no ha salido el sol».
La espídica y metalera «Disparando a los caballos» fue otra bofetada sonora. El éxtasis llegó con «Gloria» donde de nuevo hubo un juego de complicidad, al sustituir la frase ¿A santo de qué tanta fiesta? por ¿A santo de qué tan POCA fiesta?. El público rendido, con ganas de aquella noria siguiera en su ascenso, pero tocaba recuperar fuerzas con la balada envenenada de «La canción del daño», la canción de medio tiempo que nos obliga a cuestionarnos qué estamos haciendo con nuestra vida con cierto estado de melancolía.
Los músicos abandonan el escenario. La gente se repone y a los minutos los ve regresar. Es el momento de los bises, con dos temas de su primer disco, «La palabra» y «Ser brigada» (de València… al cielo), el broche insuperable a una velada que sin duda tardará en olvidarse. 17 canciones que duraron el suspiro ensoñador de una duermevela o como el rayo de pura energía que no pueden evitar transmitir. Es posible que seamos insaciables, pero no tenemos la culpa de lidiar con una desorganización social donde nosotros como individuos nos sentimos aislados por la carencia o incongruencia de las normas sociales. Queremos y necesitamos más LB, participar de sus rituales, tratar de poner sentido gracias a sus letras, a los tiempos que nos están tocando vivir, o simplemente disfrutar de sus pegadizos ritmos y melodías pese a que escondan rincones oscuros en los que acabamos viéndonos reflejados.
Texto y fotos: Javier Terrádez