El nuevo álbum de The New Raemon, David Cordero y Marc Clos ‘Así caen los días’ es la segunda parte de una trilogía que arrancó con ‘A los que nazcan más tarde’ (BMG, 2021) y en el que las intenciones del primero se vuelven más sólidas y más certeras.
Resulta casi insoportable contemplar la capacidad creativa de Ramón Rodríguez. Lo digo como admirador y también como amigo. En los últimos años, mientras el resto atendíamos a urgencias o estupideces, ha sido capaz de encontrar la manera de escribir dos discos cada doce meses, anteponiendo lo importante a lo urgente, haciendo de cada creación un escalón que le aupara a un nivel superior. Como siempre ocurre con las personas turboproductivas, esto ocurrió de espaldas al mundo, casi al contraataque, como si en su afán por desmarcarse fuera implícita la crítica y la angustia. Y en esa turbina estaban encerrados los dos sensacionales discos nuevos (e inesperados) de Madee (Bcore, 2021), el precioso e intimista Coplas de andar torcido (BMG, 2020) que firmó en solitario, y A los que nazcan más tarde (BMG, 2021), la primera entrega de la colaboración con el productor sevillano David Cordero y el multiinstrumentista catalán Marc Clos, planteada como una trilogía de la que ‘Así caen los días’ es la segunda parte y donde las intenciones mostradas en el trabajo anterior se vuelven aquí más sólidas, más certeras, mejores. Una idea que surgió durante el confinamiento duro de hace casi dos años y se ha ido construyendo sin que ninguno de los tres músicos, localizados en tres puntos diferentes del mapa, coincidiera en persona. Y así parece que van a seguir hasta completar esta trinidad cuyo hilo conductor es la esperanza.
Desconozco, más allá del detalle de que cada músico trabaja por su lado, si hay algún líder en esta aventura; si Marc y David tienen voz y voto en las letras que canta Ramón; si Ramón propone arreglos instrumentales; si Marc, además de dominar con maestría la percusión, la marimba o la guitarra, también es un genio de la electrónica. No necesito saberlo y, ahora que lo pienso, tampoco quiero. Hay misterios, como el del dolmen de La Roca D’en Toni de Vilassar de Dalt que aparece en la portada de ‘Así caen los días’ (donde Ramón acude con frecuencia desde que es un crío), que es mejor no conocer. Porque a ese Gran Misterio pertenecen la mayoría de las canciones que nos gustan.
No hay nada que Ramón no sepa cantar. Esto ya lo sabíamos, pero conforme avanza el tiempo, se hace más evidente. Hay algo muy difícil que Ramón hace con una normalidad irritante: todo lo que lleva su voz, sin importar el estilo, lo hace suyo, conocido, familiar. Por si eso fuera poco, en el proceso hacia la madurez artística y personal, Rodríguez ha sabido dar con las lecturas adecuadas, el tono acertado, la compañía necesaria, de modo que su vocabulario se ha visto enriquecido y renovado por nombres cruciales y diversos como Kae Tempest, Reed Whittemore, Paula Bonet, Howard Nemerov, Paul Valéry, Richard Eberhart, Hermann Broch, Kathleen Raine, Robert Graves o Joseph Campbell. El imaginario urbano y desigual desplegado en ‘Así caen los días’ se va trenzando de modo que nadie que haya dedicado dos minutos a pensar en el menester de ser persona se pueda ver excluida o excluido. Y es justo eso su verdadero valor: este es un disco nada ensimismado que habla de las estrecheces filosóficas de estar vivo. Como si Ramón, David y Marc, en lugar de componer por encima del hombro, lo hicieran desde dentro de cada persona que lo escucha.
Lo más importante no está arriba o abajo, sino a derecha o a izquierda. El mundo ideal es horizontal.
El tono general de ‘Ríe la primavera’, ‘Un impulso’ o ‘Todas esas palabras’ (por señalar tres que podrían compartir ADN) es de seguridad y tranquilidad adulta, consciente y nocturna, con ecos a The Cure, a dEUS o al Nick Cave más electrónico. Imposible que pase desapercibido el despliegue de Marc Clos (Love of Lesbian, Nueva Vulcano, etc.) al mando de todos los instrumentos de percusión, como si se hubiera empeñado en hacer memorable lo anecdótico. Uno de esos pocos músicos que destacan hasta en los silencios y cuya presencia hace subir la nota del proyecto en el que participe: de notable a sobresaliente; de sobresaliente a matrícula de honor.
Observando la trayectoria reciente de David Cordero -al que conocí cuando capitaneaba Úrsula, cuyo Autoayuda emocional (Lejos Discos, 2005) es uno de los discos de electrónica de autor que más ha sonado en mi casa-, que lleva 8 (¡ocho!) discos editados desde 2020, uno entiende que está en plena forma, que huye del exhibicionismo tan propio de los que se ponen a tocar botones en un ordenador para componer capas que siempre acaban sonando a Autechre o a Aphex Twin y que tiene una brújula interna que marca el norte de la canción con una precisión atlética. Es esta ausencia de banalidad en su cometido lo que garantiza la solidez del conjunto.
¿Cómo es posible que una multinacional como BMG se vea involucrada en este disco? Lo desconozco. Pero de lo que estoy seguro (y por eso accedí a escribir este pequeño texto) es de que este trabajo funciona al margen de debates sobre estilos y pasatiempos similares porque, tanto si se entiende como si no, son discos como este los que hacen que la música de un país entero avance hacia lo especial, lo bello y lo importante.
Texto de Pepo Márquez.